dimarts, 1 de novembre del 2011

El hombre contra sí mismo

Hay veces en las que me resulta muy difícil confraternizar con una sociedad de la que me siento desapegada casi totalmente. Realmente es un sentimiento muy complejo, pero pondría la mano en el fuego en que no he sido la única que se ha sentido así varias veces.

¿Cúando empieza este desapego por la sociedad? Creo que desde que se nace. ¿Qué diferencia esta sociedad de la de hace 200 años? Aunque hay muchas cosas diferentes entre nuestra sociedad y la sociedad moderna del siglo XIX, la religión y sus valores, y la unidad familiar, encabezada por una figura paterna, son los pilares que definían aquella sociedad y que no encontraremos en la nuestra. Todo lo demás es evolución tecnológica y económica, pero no pueden darse los unos sin el otro, así que dejemos de preguntarnos ¿y si...? porque no se puede evolucionar sólo en uno de estos aspectos: es todo o nada.

Para entender lo que digo, primero hay que abrir un poco la mente. Es curioso como un agnóstico puede ser tan consciente de los valores cristianos -no católicos- que ha tenido que buscar por su propia cuenta, mientras muchos otros los viven desde que nacen. No me gustaría conducir a error pensando que todos los cristianos tienen unos valores más puros que los demás, pues así como los hay buenos, también los hay malos. Pero su Dios no debería ser tan benevolente, los pecados son pecados y si se perdonan continuamente, pasa que pierde el valor que tuvo hace 2000 años.
También contamos con los desengañados, personas estafadas por unas creencias absolutistas, que les impedía discernir entre los que están en el camino y los que no. Y al final tenemos los cristianos de boquilla, que dicen que lo son, por si acaso Dios estuviera escuchando y para que les perdone los pecados (alguien tendrá que hacerlo) pero que suelen distinguirse por parecerse más al anticristo que al Hijo de Dios.

Luego están los ateos y agnósticos. Muchos tienen por tradición familiar una de estas tendencias, muchos fueron en su día desengañados y muchos estaban hartos de cuentos chinos. Algunos achacan a la ciencia y sus pruebas irrefutables, el desapego a creer en un ser omnipotente del cual dependemos. Otros se pasan la vida preguntándose cosas que jamás serán resueltas precisamente porque somos el resultado de la evolución del carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, entre otros.

Pero a todos ellos les falta un vínculo con la naturaleza y la vida. Si todos nosotros interpusiéramos la vida por encima de cualquier otra cosa, el mundo no sería este. Si pudiéramos ver que todo es energía y que la energía es vida y le diéramos el valor que merece, todo sería muy distinto.
Pero la naturaleza del ser humano es animal, con instintos salvajes, que sólo los animales deberían tener:
la supervivencia de la especie; matar al intruso en tu territorio; supervivencia de la manada por encima de cualquier otra, etc. La naturaleza podía controlar todos estos instintos, pues son básicos y no van más allá. Pero cuando esta especie esquiva los golpes de ésta una y otra vez, se adelanta a sus movimientos, aprende, evoluciona.
Evolucionar en contra de la propia naturaleza. He aquí nuestro craso error.



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